LA TORMENTA



LA TORMENTA

Si lo miráramos desde arriba solo veríamos un punto negro debatiéndose en un gigantesco fondo azul, manchado de innumerables estelas blancas.
Un navío, de velas negras y rasgadas, cabeceando y ascendiendo en las enormes olas para luego descender a un enorme vació, clavando la proa en el agua, mojando el trozo que aun quedaba del bauprés. Antes el navío poseía tres gruesos y resistentes mástiles de teca, ahora sola había uno en el centro resistiendo, de los otros dos hermanos no quedaba mas que dos tristes *ñucos astillados. De el mástil colgaban tres velas rasgadas, trapos negros deshilachados bailando al viento, y en toda la punta una bandera intacta, que no tenia aspecto alegre, si no uno mas apropiado para el momento, una calavera blanca de ojos y nariz rojas con dos fémures cruzados tras ella y un fondo negro que resaltaba aquel conocido símbolo, el símbolo de los piratas, asesinos y ladrones del mar.
A veces, las olas barrían la cubierta arrastrando consigo barriles, sogas, poleas, y no a los piratas pues estos se aferraban al barco con tal fuerza que si no hubiera sido de madera fina ya habrían astillado las bordas , barandas y *obenques. Todos demostraban en sus ojos el terror a la muerte, habían luchado muchas veces clavando el puñal en la victima, habían estado a milímetros de la muerte en sus violentos asaltos y no se habían asustado, pero ahora frente a la violencia, del mar se aferraban con terror a la vida. De todos solo uno mantenía la calma, el capitán quien estaba aferrado a la caña, su pelo negro con canas ondeaban al aire, su rostro quemado por el sol y lleno de cicatrices estaba tranquilo, sus gruesos y fuertes brazos enguantados en cuero apretaban el timón y le daban giros, evitando, que el navío zozobrara, miraba el mar y a los marinos y el desastroso estado del barco.
Con un galope del mar, una escotilla salto de su sitio y se deslizo por la cubierta hasta la proa, donde se atranco entre las dos bordas.
El capitán ordeno con un grito que apenas se oyó pues el mar rugía mas fuerte -¡amarren esa escotilla en su sitio!- todos los aterrorizados marinos lo miraron, nadie quería moverse, un golpe de sorpresa y serian lanzados al mar -¡cobardes! Grito el capitán – ¡yo os estoy salvando la vida a todos desde hace tres días, y vosotros no podéis ni siquiera ir por una escotilla para amarrarla!.
Un marinero joven tal vez de 18 años se levanto y se aferró a un *stay que estaba suelto, paso a paso fue yendo hacia la escotilla , una ola golpeo el navío y el muchacho salió volando del barco, pero iba aferrado al stay y pronto retorno como en un columpio , el problema ahora era aterrizar en el navío, por suerte el stay se enredo en el mástil y pudo aterrizar, solo que ahora no podría utilizar la cuerda, entonces acostado sobre las mojadas tablas, fue deslizándose hasta que por fin atrapo la escotilla, que consistía en una tapa de roble que pesaba unos 30 kilos.
El joven la agarro con una mano y la fue arrastrando hacia el puente. Cuando estuvo allí se incorporó suavemente y alzo la escotilla, justo antes de ubicarla, otro golpe del mar lo puso a saltar, la escotilla cayó al mar y el joven por poco también, pues un fuerte compañero le agarro el pie y lo monto de nuevo al barco, justo antes de la zambullida final.
El capitán refunfuño y siguió con su indispensable labor, las horas fueron pasando interminablemente, a cada minuto había varios riesgos de naufragio, pero la experta mano del capitán evitaba el desastre con un leve giro del timón, o varias vueltas. Cada minuto era mayor el aprecio que le tenían sus fieros marinos que gritaban y lloraban como cacharros, el capitán se sentía orgulloso, valiente, de salvarle la vida a sus hombres, pero también sentía vergüenza cada vez que uno de ellos se echaba a llorar o lanzaba un grito de terror.
La situación no mejoraba, más bien empeoraba, montones de agua se introducían al navío a través de la escotilla destapada, volviéndolo mas lento e inestable, la noche se acercaba, con lo cual aumentaba el viento, las olas y además era menor la visibilidad, ahora hasta el mismo capitán se preocupaba y los marinos lo notaban aumentando su temor.
La luz empezó a desaparecer y uno que otro rayo ilumino el enloquecido mar, ni rastros de tierra, solo agua, olas y estelas. Dos marinos prendieron los faroles que quedaban, dos en la popa, uno en la proa a estribor y uno en el puente, los faroles iluminaban el navío pero no el mar; el capitán tenia que imaginarse las olas y su posición observando la inclinación del barco, podía ver a los marinos con los que antes había asaltado galeones y puertos, acurrucados en el puente, uno de ellos aferrado al mástil con la oreja pegada al palo de teca, miraba haciá el oscuro mar, luego miro haciá el cielo con la esperanza de ver estrellas que le develaran su ubicación pero no vio mas que un cielo oscuro poblado de negras y veloces nubes.
La luna no apareció, aunque estaba casi llena, pero ni rastros de su luz que hubiera ayudado al desesperado navío.
No había noción del tiempo, pues un minuto les parecía una hora y la noche les parecía eterna; un marino exhausto olvido su situación y se sumió en un agitado sueño que le duraría toda una eternidad ya que en el siguiente golpe de mar voló por los aires y desapareció en la negra agua, para siempre. La triste mirada de los piratas desesperaba al capitán y le hacia ver cada vez menos probable su salvación, abajo en las bodegas tenia un gran tesoro en lingotes de oro y sacos de esmeraldas; el fruto de su ultimo asalto, dos días antes de la tormenta. Las enormes velas blancas con sus cruces rojas de un gran galeón proveniente de las indias les había alegrado el día, esa noche hubo un buen combate, la velos carabela ataco al pesado y poderoso galeón, los españoles lucharon con honor y todos hubieran sido héroes si sus nombres no se hubieran hundido en el olvido igual que sus cuerpos, la carabela ahora tenia solo a nueve personas a bordo, mas de la mitad había desaparecido, pero el sitio que ocupaban no quedo vació, fue llenado de oro, tuvieron que lanzar pólvora al mar y reemplazarla por lingotes de oro, ahora el navío iba cargado con mas oro que nunca, iba rumbo a Holanda su país natal y entonces los cogió aquella terrible tormenta.
El capitán pensaba a veces,-si tan solo salvara el oro- ; aun no amanecía cuando un escuálido pirata se levanto y dijo en voz alta...-caballeros piratas, yo llego hasta aquí, para mi ya no mas tortura, estoy aquí porque buscaba riqueza veloz y fortuna, no gaste ni una moneda en estos últimos años, y allá abajo se que tengo al menos unas 100 libras, todos tenemos mas o menos los mismo, ¡y tú capitán sé que tienes unas 500 libras allá en tu pieza! Pero de que te sirve, vistes harapos, no tienes familia, ni tierras nada, solo este destartalado barco a punto de naufragar, somos los hombres más pobres del mundo, lo único que tenemos es oro, todo esto fue una estupidez, robar, matar y robar para llenar nuestras bodegas de oro, un oro que nunca usaremos, como mucho alguno de nosotros enterrara todos sus tesoros, hará un mapa de su sitio y se ira a vivir humildemente en una posada de Holanda o Inglaterra, señores este fue el peor error de mi vida, hay les dejo mi oro para que se maten por el, si es que quedan vivos y se vuelvan cada ves más miserables, yo me iré un mejor sitio- el hombre saco una oxidada pistola, se la puso en la cien, cerro los ojos y apretó el gatillo, un estruendoso impacto y la centelleante luz de un rayo mostró al capitán, una negra peña emergiendo de el turbulento mar, justo delante del navío, todo fue muy velos, el capitán desesperado virando y luego el estruendo, que sonó unos tres segundos después que el rayo, el navío choco contra la piedra con su costado izquierdo, el grito del capitán y de los marinos fueron opacados con el ruido de madera astillada, todos los de a bordo salieron volando, el capitán vio brillar en el cielo cientos de lingotes de oro, luego todo fue oscuridad...
... las palmas de coco se inclinaban como queriendo tocar las cálidas aguas con sus hojas, una playa blanca brillaba bajo ellas, las olas caían tranquilamente revolviendo esa verde y trasparente agua, el sol en su máximo esplendor calentaba todo. Detrás de la playa, se encontraba la selva con sus altos árboles de hojas verdes y de frutos coloridos, un delicioso arroyo desembocaba cerca de allí armando una leve corriente. Todo estaba en una armonía increíble, los cacareos de aves, el sonido de las olas, el de las palmeras moviéndose con el viento, un coco que cae con un sordo chapaleo en las tranquilas aguas y... solo algo desentonaba, un largo palo negro con cuerdas desechas colgando de todas partes, y unas telas amarillas agarradas de el, pero no era solo telas, era una persona, un hombre pálido, delgado, inconsciente, una ola le movió la cabeza dejando visible su rostro, era el escuálido suicida que ocho horas atrás había apretado el gatillo de una pistola en su cien, segundos antes del choque; el gatillo de una pistola empapada, que nunca disparo, el negro y letal balín de plomo.
El débil hombre sumergido del pecho para abajo en el mar se estremeció y lentamente fue abriendo los ojos, desubicado e inseguro.

FIN



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